¿Una "gran familia" en el ambiente laboral?
- Ps. Daniela Segú
- 4 mar 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 5 mar 2024
En una reunión familiar, mi hermano relató cómo habían estado los primeros días en su nuevo trabajo.
En su segundo día, contaba, reunieron a todos los profesores de las diferentes sedes en un amplio espacio, donde invitaron a un coach para guiar algunas dinámicas que les ayudaran a comenzar el año escolar generando un ambiente cercano y de buena convivencia entre los diferentes miembros del equipo, para que se pudieran sentir como “la gran familia” que eran en esa institución, en palabras del rector.
En un punto, contaba mi hermano, el coach invitó a todos los presentes a mirar a su compañero/a del lado (de quien estaban sentados a escasos centímetros), a tomarse de las manos entre sí, y a mirarse en silencio directamente a los ojos por unos momentos. Luego les indicó que pusieran una mano en su propio corazón, y la otra sobre el hombro del/la compañero/a con quien se encontraban haciendo el ejercicio.
Mi hermano en ese punto agradecía haber quedado solo al momento de tener que realizar ese ejercicio (las dos personas que estaban sentadas a sus costados se juntaron con sus colegas del otro lado), ya que reconocía que no habría sido capaz de establecer ese nivel de intimidad con una persona desconocida.
Se ahorraba de esa manera vivir (y generarle a otra persona) un momento sumamente incómodo.
A raíz de esta experiencia, comencé a recordar las diferentes instancias en las que yo también me he visto expuesta a este tipo de dinámicas en ambientes laborales, al igual que muchas personas que conozco. Y creo nunca haber escuchado relatos positivos sobre tales experiencias.

Pareciera que muchas empresas e instituciones se esfuerzan en generar espacios de intimidad o “familiaridad” entre sus trabajadores/as, creyendo que con eso mejoran el clima laboral. Pero la mayoría de los/as trabajadores/as terminan percibiendo esos espacios como algo incómodo e inefectivo a lo que están obligados a participar (quizás no explícitamente, pero si de forma implícita), que no les ayuda en la dirección que sus empleadores/as pretenden. Yo me pregunto, ¿será necesario intentar forzar la familiaridad entre los/as trabajadores/as para poder construir un clima laboral positivo?
El espacio laboral surge en base a un acuerdo establecido entre una persona y una institución que ven un beneficio mutuo en el establecimiento de tal acuerdo. El trabajador/a ofrece sus servicios a cambio de una remuneración que necesita para subsistir. En la mayoría de los casos, en esa ecuación no queda espacio para pensar en si hay compatibilidad de valores o sintonía en la misión. En el escenario actual, con la alta demanda de empleo que existe, la mayoría de los trabajadores/as aceptan el trabajo que les resulta, no el que cumple con todas sus expectativas, ni que se correlaciona con sus principios personales.
Quien contrata busca a alguien que pueda desempeñar un determinado rol. Y es desde ese rol, desde donde el contratado/a, se relaciona con la institución en la que desempeña su labor. El contratador/a analiza y juzga de manera objetiva la calidad del servicio entregado, y determina si este cumple con lo requerido o no. No se juzga (en teoría) a la persona que cumple ese rol (si no estaríamos hablando de discriminación).
En el mejor de los escenarios, quien contrata puede tener muy buenas intenciones e incluso ayudar al contratado/a, en la medida en que pueda, a desarrollar más herramientas y habilidades para que pueda desempeñar mejor su rol. Pero también llega un punto en que el contratado/a puede no cumplir con lo requerido, o puede aparecer otra persona que es mejor candidato a desempeñar ese rol, y quien contrata prescinde del contratado/a. O, el contratado/a puede encontrar otro espacio en el que sus habilidades son mejor remuneradas, o le quede más cerca de la casa. Y hasta ahí llegó el acuerdo.
Dentro de este escenario, inevitablemente se establece en ese acuerdo laboral una relación desigual o asimétrica entre quien contrata y quien es contratado, lo cual está muy lejos de parecerse a lo que sería una dinámica de pareja en la que dos iguales (en nuestro mundo occidental al menos) se juntan por tener un objetivo común (su amor). En ese escenario, la relación “familiar” surge de manera espontánea y natural, porque hay un entorno de características especiales que permite ese tipo de vínculo. Ahí la relación es con la persona, y no con su rol. Y eso lo cambia todo.

Me parece muy bonita la idea de que en un ambiente laboral las personas se sientan cómodas, queridas, validadas, estimuladas y desafiadas. Que los trabajadores compartan los objetivos y metas propuestas por la institución en la que trabajan, y se sientan alineados desde un punto de vista valórico. Pero en la mayoría de los casos, eso no es más que un romanticismo. Porque a la hora de que el mercado cambie, surjan “necesidades de la empresa” o aparezca un mejor candidato, hasta ahí llegó el hermoso vínculo.
Ahora bien, una relación laboral puede ser respetuosa, amorosa y nutritiva, y no tiene necesidad de dejar de ser una relación laboral, ni tenemos que dejar de llamarnos “empresa”, “colegio”, “institución” para empezar a llamarnos “familia”.
Cuando se establece un acuerdo laboral, ambas partes son conscientes de que se ha establecido un contrato, un acuerdo de prestación de servicios a cambio de una remuneración. Ahí no hay engaño, y no hay nada de malo en ello.
El forzar relaciones de familiaridad en el ambiente laboral, podría contribuir negativamente a generar incomodidad en los/as trabajadores, a confundir las cosas (por ejemplos las expectativas y roles) y a quitarle importancia a lo que es verdaderamente importante.
El trabajo colaborativo, la buena comunicación, el manejo emocional, la creatividad, el desafío, el reconocimiento, la honestidad, la humildad y el respeto por la persona y la institución, desde mi perspectiva, son algunos de los elementos básicos necesarios para poder construir y sostener buenas relaciones en cualquier ámbito. Y cuando eso se da en un ambiente laboral, puede contribuir a generar vínculos más cercanos y hasta un poco de esa anhelada familiaridad. Pero no es al revés. No necesito tomarle las manos al colega que recién conozco y mirarlo a los ojos con incómoda y fingida intensidad, o comportarme forzadamente como si estuviera con mi familia para poder cultivar buenas relaciones y desempeñarme bien en el ámbito laboral.
Sencillamente, no se puede forzar un ambiente familiar en un lugar en el que se juzga mi desempeño, mi rol, y en el que me arriesgo a perder ese determinado puesto si no cumplo con las expectativas de quien me contrata.
Es como tratar de obligar a alguien que te quiera. Simplemente no se puede.
Ps. Daniela Segú Correa
Pucón, Marzo 2024
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